Si pensamos en el Far West, de
inmediato imaginamos al clásico pistolero, al sheriff, las diligencias, los
fuertes, el séptimo de caballería, John Wayne y Clint Eastwood... Lo que muchos
no saben es que mientras ese Salvaje Oeste de los Estados Unidos no llegó a un
siglo, españoles (y por ende mexicanos) estuvimos allí más de tres, y fuimos
quienes creamos aquella forma de vida y su estética.
¿Queréis conocer su historia?
A finales del S. XVIII, Nueva España
englobaba una superficie de siete millones de kilómetros cuadrados
comprendiendo los territorios de Texas, Arizona, Nuevo México, California,
Florida, Colorado, Washington, Utah… incluso llegando hasta Alaska. Una vasta
extensión con naciones muy belicosas que hacían imposible el paso y mucho más
el poblamiento. Con la idea de salvaguardar las vías de comunicación, los
asentamientos y las misiones, nació la idea de crear un sistema de presidios, o
lo que hoy conocemos como fuertes. No debemos confundir presidios con cárceles,
ya que su nombre procede de los acuartelamientos africanos que «presidían» las
zonas fronterizas. Y si bien los de los gringos eran de madera, los españoles
eran de piedra y adobe. El Álamo, sin ir más lejos, fue una misión española
concebida de esta manera.
Estos presidios servían como cuartel
militar y, una vez pacificada la zona, se abandonaban con el objetivo de servir
como base central para pueblos y ciudades; tal es el caso de San Francisco,
Santa Fe o San Diego, entre otros.
Uno de los mayores problemas a los
que siempre se enfrentó España es que no era un país con mucha población, por
lo que el mestizaje no solo era común, sino primordial. Pero en esta zona en
concreto, no muy agradable a priori para vivir, los asentamientos estaban
poblados en su mayoría por nativos, muchos de ellos cazadores recolectores, a
los que se les dotaba de técnicas de ganadería y agricultura a fin de poder
establecerse en la zona y quedar bajo el amparo de la corona española.
Pero había naciones nativas, en
cambio, que no deseaban esta forma de vida y que vivían en constante guerra con
las demás, tales como los Apaches y los Comanches. De hecho, a esta zona se la
conoció durante mucho tiempo como Apachería o Comanchería. Una curiosidad, el
apache Gerónimo, nació y se crio en zona de estos presidios; era cristiano, su
idioma natal era el Chiricahua y el español, y respondía tanto a su nombre
apache, Goyathlay (que significa «el que bosteza»), como al castizo nombre que
recibió en su bautizo y por el que pasó a la historia.
Volviendo a los presidios, había muy
pocos hombres para vigilar semejante extensión de terreno (dependiendo del
siglo, entre 500 y 1300 soldados), por lo que se estableció que cada presidio
se construyese de 27 o 100 leguas uno de otro con el objetivo de rápido apoyo
mutuo en caso de necesidad. Y aquellos soldados que debían custodiarlos eran
unos hombres excepcionales y olvidados por la historia, los conocidos como
Dragones de Cuera.
Los Dragones tomaban su nombre de
los dimacos, soldados macedonios expertos en la lucha tanto a caballo como a
pie. Era un cuerpo de voluntarios que se comprometían por diez años, formado
por hombres duros y aclimatados a la frontera; en su mayoría criollos
(españoles nacidos en América, aunque también hubo varios ibéricos), alrededor
de un 40% de mestizos, mulatos o coyotes (hijos de nativos con mestizos), y el
resto nativos, todos con una fidelidad a la corona a prueba de bala y un
sentido del honor superlativo, como se encargó de demostrar la historia
posterior.
El adjetivo «de cuera» se debe a la
armadura de hasta nueve capas de cuero que les protegía contra las flechas.
Entre su armamento destacaba la escopeta de dotación y las dos pistolas de
chispa que portaban; pero es que también, a pesar de que en Europa estas armas
ya estaban en desuso, los dragones estaban armados con una lanza, una espada y
un escudo, amén de arco y flechas en algunos casos particulares. El escudo de
doble círculo, o adarga, curiosamente, tiene su origen en los escudos
musulmanes, que eran perfectos para la protección contra flechas, así como para
ser usados con lanza o espada. Además, cada soldado, a fin de recorrer la
cantidad de kilómetros de su demarcación y estar siempre presto para acudir al
socorro, estaba dotado con seis caballos, un potro y una mula. Esto nos da una
idea de la importancia de estos hombres, considerados los mejores jinetes del
momento y auténticos maestros de los grandes jinetes nativos que pasaron más
tarde a la posteridad. Como curiosidad, y como se puede ver en la ilustración,
su indumentaria bebía de varias fuentes (árabes, nativas, españolas, criollas…)
hasta el punto de que el chambergo que llevaban era idéntico al típico sombrero
cordobés que aún hoy se usa en Andalucía como traje regional.
Gracias a estos Dragones de Cuera y
las durísimas batallas que libraron con Apaches, Comanches, Navajos entre
otros, todos aquellos territorios nombrados anteriormente se mantuvieron como
parte de Nueva España durante siglos, creando rutas históricas como la
realizada por Juan Bautista de Anza, o fundando ciudades que se mantienen hasta
hoy. Hasta tal punto se ve nuestra huella en el Far West, que si uno visita a
día de hoy la aldea de El Rocío en España, observará un pueblo calcado al de
las películas (más bien aquellos pueblos se calcaron de El Rocío), con su calle
central y sus edificios con balconadas a la calle, pero lisos en su parte
posterior. Esta arquitectura proviene de la época de la reconquista cuando los
asentamientos se convertían en zona fronteriza, y tenía un sentido lógico: si
se cerraba la entrada y la salida del poblado, lo convertías de inmediato en un
improvisado fuerte (o presidio), lo que mejoraba sobremanera su defensa con
muchas menos personas.
Así, estos Dragones dejaron su
impronta imperecedera (y por desgracia olvidada) en la región. Tal fue la
lealtad de estos hombres que cuando Carlos IV vendió la Luisiana y se arrió por
última vez la bandera de España en sus presidios, todos los Dragones al unísono
se cortaron las coletas como muestra de su dolor, acto que a día de hoy se
correlaciona con los toreros cuando se retiran de los ruedos.
Eso por no mencionar las lágrimas de
muchos nativos (ya españoles) que temían que todo aquellos que habían
construido para sus familias pronto les fuese arrebatado (como por desgracia
ocurrió).
Nativos de la nación Pueblo aún
recuerdan con cariño y rinden homenaje a la bandera de la época, ya que gracias
a aquellos hombres y a los tratados que se acordaron, todavía hoy día conservan
sus tierras. Otras naciones nativas, cuando pasó a manos de Estados Unidos,
fueron engañados por sus respectivo gobiernos quienes les robaron sus hogares
ancestrales aun habiendo llegado antes a un acuerdo. Más tarde, ellos mismos
admitirían que si fueron engañados fue porque creían que aquellos hombres
blancos serían iguales que los de la Nueva España, que juraban por su honor
tras fumar la pipa de la paz y que jamás rompieron un pacto. Una paz conocida como
la Pax Anza.
Si los Dragones de Cuera hubiesen
sido estadounidenses hubiésemos tenido mil historias y películas sobre ellos,
pero en cambio hoy en día casi nadie los recuerda. El Salvaje Oeste, más allá
de los Estados Unidos, pertenece a Nueva España, historia que compartimos
España y México, y fue mucho más bravo y alucinante que aquel periodo cerrado
que nos muestra Hollywood. Que no nos arrebaten a nuestros héroes. Y mucho
menos nuestra historia.
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