La palabra flamenco es tan grande, que solo para ella, la
RAE nos da hasta once acepciones diferentes. En ellas se hace referencia al
oriundo de Flandes, a la preciosa ave rosada, o a la que nos ocupa hoy, la
manifestación cultural y popular vinculada con Andalucía.
Su cante, su baile y su métrica musical se encuentran arraigados a esta región hasta el punto de que no se puede entender Andalucía sin el flamenco.
La Rae, en su primera acepción, nos dice que flamenco proviene del neerlandés flaming, natural de Flandes. Sin embargo, el origen de la palabra cuando se refiere al cante, sigue nadando entre las brumas del enigma, y es ahí donde pretendemos bucear hoy.
Desde finales del S. XV, en España, por pura comparación con
el prototipo del holandés medio, se comenzó a llamar «flamenco» a toda persona
rubicunda y de tez sonrosada, independientemente de su procedencia. De hecho,
es el motivo por el que se bautizó así al ave rosada, que migra por estas
tierras, el flamenco.
Ya incluso desde antes de los tiempos del rey Carlos I, los
neerlandeses tenían fama de arrogantes, y de ahí que, cuando una persona adopta
una actitud presuntuosa, en todo el mundo hispano se use la expresión «ponerse
flamenco».
Esta explicación tan peregrina fue la que tomó Corominas como
origen etimológico del flamenco como cante y baile, basándose en el hecho de
que el bailaor (bailarín) toma una
actitud de fuerza e incluso de soberbia sobre el tablao (escenario). En definitiva, «se pone flamenco».
Lo cierto es que, y con todo el respeto que merece el
maestro Corominas, nadie acaba de creerse esta explicación. El flamenco, como
tal, es una fusión de culturas. La más evidente es la de los compases gitanos, aunque
existen otras menos conocidas como la influencia judía, la del África negra, la
vieja herencia andalusí, y la americana. Todos los historiadores parecen estar
de acuerdo en que esta fusión se dio en el Cádiz del S. XVI donde se mezclaron
las culturas del mundo entero, y donde precisamente llegó la enorme influencia
de América debido a que Cádiz era el principal puerto de conexión con el Nuevo
Mundo.
Dentro de los palos flamencos, la rumba, la vidalita, la
milonga, la guajira o las colombianas son cantes a los que se les denomina «de
ida y vuelta». Este nombre se debe a
aquellos que fueron a América en busca de bonanza, y volvieron años después
trayendo la influencia de las músicas del Nuevo Mundo. México está presente,
pero los dos países que más hundieron sus raíces en el flamenco fueron Colombia
y Cuba con sus sones populares, y su herencia africana. Pero también Perú, con
su cajón peruano, que Paco de Lucía introdujo en el año 1977, y que ya se halla
totalmente integrado dentro de la música flamenca.
Por otro lado, no cabe duda de que otros muchos cantes populares españoles fueron asimilados por el flamenco. Por poner un ejemplo, dentro de la familia de las cantiñas se encuentran las alegrías de Cádiz y estas, curiosamente, provienen de la jota aragonesa y la jota navarra. No hay jota que no se pueda cantar por alegrías, y viceversa. Es más, aún en muchas letras antiguas se le canta a la Virgen del Pilar, al Ebro o a Navarra. Incluso sabemos cuándo llegó a Cádiz y cuándo se fusionó con el flamenco: durante la ocupación francesa.
Pero lo que no admite discusión alguna, y es curiosamente
una de sus fuentes menos conocida, es que la principal de todas ellas es el
árabe andalusí. Aún a día de hoy, si se escucha al muecín realizando la adhan (llamada a la oración), veremos
unos quiebros en su voz que nos transportarán de inmediato al flamenco. ¿O
acaso debería ser al revés y cuando oímos a un cantaor (cantante), debería
transportarnos al mundo árabe?
Pues eso es lo que defendía Blas Infante, al que denominan «Padre
de la Patria Andaluza», en su libro Orígenes
de lo Flamenco. En él señalaba que los moriscos, ante el dolor de abandonar
su tierra, crearon un cante que en realidad era un lamento. Y a ese cante lo
llamaron fellah min gueir ard (فلاح من غير أرض), o en el árabe más actual, falāḥmankūb.
En árabe hay dos grados en los que un campesino lo pierde
todo. Cuando te quitan tu tierra, tu casa y tus pertenencias, te conviertes en
un mindund. Y, como podéis imaginar, de
ahí proviene la palabra «mindundi».
En cambio, aquellos que no solo han perdido su tierra, sino
su identidad, su religión, su pasado y su alma, a esos se les llama fellah min gueir ard o falāḥ mankūb. Falāḥ significa «campesino» y mankūb, el que no le queda nada, el marginado, el «desterrado».
El falāḥ mankūb, en un principio, y según esta teoría, no era el arte, sino
la persona que arrastraba su pena y su lamento y lo elevaba al cielo con su
voz. Una voz quebrada, rota... Una voz flamenca.
Si bien esta teoría no escapa de cierta controversia debido
al hecho de que la palabra flamenco no se asocia a esta música hasta mediados
del S.XIX, el estilo musical y el arte asociado al flamenco venía de mucho
antes, por más que se «registrase» en ese momento.
Es más, palabras como «Olé» significan literalmente «por Alá», «jaleo» proviene de ¡Ya-llah!, o la propia «ojalá». Todas estas son palabras que provienen de lo que se llamó «algarabía», palabra que define al árabe andalusí que se mezcló con el castellano de la época, y que a día de hoy se usa principalmente como sinónimo de alegría.
Autores como Antonio Manuel van mucho más allá, y nos cuentan que palabras como «jarana» (irse de jarana, en Andalucía, es irse de cante, de baile y volver, probablemente, con varias copas de más), proviene de haram (en árabe, prohibido). Otras como «farra» (irse de farra, que sería sinónimo de jarana), provienen del árabe farah, que significa alegría. De ahí provendrían palabras como «feria» o todo lo contrario, perder la alegría o «tener mal fario». De hecho, al traje de gitana típico lleno de volantes se le llama «faralaes», que si bien dicen que proviene del francés farfalán, él nos cuenta que proviene de farah lebs, que literalmente significaría «el vestido de la alegría».
¿Cierto? Pues honestamente, no sabría decirlo. ¿Hermoso? Sin
duda. Así que me temo que el origen de la palabra Flamenco seguirá sumergido en
las profundidades abisales de la memoria hasta el fin de nuestros días, pero
como siempre os digo, lean a unos y a otros, investiguen, saquen sus propias
conclusiones, y no se crean nada de lo que lean por ahí (ni siquiera si soy yo
quien lo dice).
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Imagen libre de copyright tomada de Wikimedia Commons: Leopold Schmutzler
«the flamenco dancer».
Fuentes: Orígenes de lo flamenco, de Blas Infante. Flamenco: arqueología
de lo jondo, de Antonio Manuel.
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