El nombre de Judas es, sin
lugar a dudas, un nombre prohibido. Ha sido sinónimo de traidor y objeto de
vilipendio durante dos mil años. Sin embargo, hace algo más de quince, surgió
un texto que vino a cambiar la visión de este apóstol. Unos textos que
mostraban una imagen completamente diferente de Judas que lo colocaba, en
realidad, como la mano derecha de Jesús. A aquel texto se le llamó «El
Evangelio de Judas».
¿Queréis conocer su historia? Pues seguid leyendo.
En Egipto, a finales de 1970, como
salido de la nada, surgió un misterioso manuscrito en copto que alguien había
expoliado de una tumba. El texto llegó al mercado de antigüedades y de ahí, fue
de mano en mano sin que nadie acabara por quedárselo. El tiempo pasó y, por
desgracia, el manuscrito se fue deteriorando hasta que una comerciante de
antigüedades suiza lo compró en el año 2000 para, poco después, cederlo a
National Geographic a fin de que realizase un estudio.
El texto estaba tan
deteriorado que fue casi un milagro que pudiesen descifrar su mensaje. Pero,
allá por el año 2006, finalmente, saltó la noticia. Aquel manuscrito era, ni
más ni menos, que El Evangelio de Judas Iscariote.
Se trataba, en realidad, de un
texto gnóstico atribuido a la secta de los cainitas, un texto que bien podría
englobarse dentro del mismo contexto religioso y místico que los encontrados en
Nag Hammadi. Aunque el texto esté datado del siglo II d.C., se sabe que está
basado en fuentes aún más antiguas del cristianismo primitivo.
En ese sentido, el gnosticismo
era la principal fuente de pensamiento del cristianismo más iniciático, es
decir, el más elitista y de mayor «pureza», solo reservado para unos pocos
elegidos. Por tanto, parece lógico pensar que Jesús, probablemente, estuviese
más cerca del gnosticismo que del cristianismo tal y como lo vemos hoy en día.
¿Pero quiénes eran los
cainitas?
Pues los cainitas eran una
secta gnóstica que, curiosamente, adoraban a toda persona que hubiese sido
reprobada por Dios. De ahí que adorasen a Caín. ¿Y por qué? Bien, pues porque
dentro del gnosticismo, el Dios de los judíos era el malo de la película. Me
explico, para ellos el que nosotros conocemos como Yahveh no era el Dios
verdadero, sino otro dios llamado Yaldabaoth o el Demiurgo, un dios celoso,
soberbio, violento y orgulloso y, por tanto, por debajo del Dios verdadero.
Este Demiurgo habría cometido el sacrilegio de encarcelar la esencia pura de
Dios en la materia. Para entendernos, Yaldabaoth sería el culpable de haber
enjaulado nuestras almas en una prisión de carne y hueso destinada, solamente,
al sufrimiento y al pecado. De ahí que no podamos ascender al reino del Dios verdadero
hasta después de nuestra muerte… y solo
si nuestra alma se ha mantenido pura.
Ahora entenderemos por qué los
cainitas veneraban a todo aquel que le hubiese llevado la contraria.
Y aquí viene el quid de la
cuestión. Imaginemos por un momento que Jesús cree en esto que hemos dicho a
pies juntillas. Y que desea, por encima de todo, trascender a los cielos y
mandar un mensaje a sus seguidores de que, el reino de Dios, está más allá de
nuestro cuerpo y nuestras pulsiones más básicas. Pero, para eso, primero debería
librarse de su carga más pesada: la prisión de su propio cuerpo. Y el mejor
camino para hacerlo era pidiéndole a su mano derecha que lo entregase. Y ese no
era otra que Judas.
Así, después de dos mil años
usando el nombre de Judas como sinónimo de traidor, su Evangelio nos da una
visión diferente que no solo limpia su nombre, sino que nos lo coloca como el
mejor amigo y el discípulo más aventajado de Jesús, capaz de soportar, solo por
amor y lealtad, una maldición que la ha perseguido hasta nuestros días.
Dicho esto, recordar a todos
los que hayan llegado hasta el final de estas líneas que este artículo no narra
«la verdad», tan solo lo que dicen esos textos. Y del mismo modo, no pretende cuestionar
la fe de nadie, sino divulgar desde un punto de vista lúdico el descubrimiento
de estos textos, lo que en ellos se decía y su relevancia a nivel histórico.
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