jueves, 5 de junio de 2025

HISTERIA (y cómo acabó en la invención del vibrador)

 

Según la Rae, histeria es la «enfermedad nerviosa crónica, más frecuente en la mujer que en el hombre, caracterizada por gran variedad de síntomas, principalmente funcionales y a veces por ataques convulsivos».

Pero, ¿cómo derivó esto en la invención del vibrador? ¡Sigue leyendo!

El hecho de que sea más común en mujeres que en hombres, hizo que durante muchos siglos se pensase que era una enfermedad que solo afectaba a ellas.

Platón, en su celebérrimo Timeo, decía que estos síntomas se debían a que las mujeres tenían dentro de su cuerpo a un animal vivo y cubierto de pelo cuyo único deseo era el de concebir hijos. Así, cuando la mujer no tenía relaciones, este animal se indignaba y le recorría todo el cuerpo, provocándole a su portadora sofocos y un estado ansioso de nervios.

En griego a ese «animal peludo» se le llamaba «hystera», lo que traducido a nuestra lengua significa literalmente «útero». Es decir, la histeria la producía el hystera, es decir el útero, y el útero, a su vez, era un animal peludo cuyo cabreo por no concebir hijos producía la histeria. Desde nuestra óptica actual suena a chiste, pero así lo creían de veras. De hecho, esto no era nuevo, pues ya en el 1.900 a.c., en un papiro egipcio hallado en Kahoun, se denomina a la histeria como una «perturbación del útero».

Como curiosidad, Hipócrates, famoso por el juramento hipocrático que todo doctor debe realizar, afirmaba que la mejor manera de «sofocar» al útero (y por tanto la histeria), era tapar a la mujer la nariz y la boca con una paño empapado en vinagre, mientras se le introducía en la vagina el cálamo de una pluma envuelta en un pañuelo perfumado. De ese modo, el animal que producía esa sensación en las mujeres al moverse por el cuello y el pecho, huía del olor y volvía a su lugar natural, aliviando el sofoco.

No fue hasta la Edad Media que se descubrió que el útero no era un animal, sino un órgano sujeto al cuerpo. En cambio, sin romper del todo con lo anterior, se pensaba que este «vibraba» por el mismo motivo que decía Platón, y que esto provocaba la histeria. Así, la Iglesia inventó un rezo muy curioso a fin de hacer que el útero se estuviera quietecito. Este rezo decía así: «Te conjuro, útero, por nuestro Señor Jesucristo, para que no dañes a esta doncella sierva de Dios y permanezcas tranquilo en el lugar que él te ha asignado».

¿Pero y el vibrador? Pues muchos siglos después, en el XIX, las consultas de los doctores se llenaron de mujeres histéricas. En esa época se tenía la creencia de que la histeria venía derivada de la descomposición del semen en el órgano femenino, o bien de la carencia de este por falta de relaciones sexuales. Una histeria, dicho sea de paso, que la mayoría de las veces consistía, simplemente, en que el marido deseaba que su mujer fuera mucho más sumisa. Para conseguir semejante propósito, el doctor de turno les realizaba lo que se llamaba un «masaje pélvico», que consistía en la estimulación de las partes pudendas de la señora. Estos masajes producían en las damas lo que vino a denominarse «paroxismo histérico», consistente en espasmos, alaridos y, posteriormente, una relajación máxima que ahuyentaba la histeria. Al menos durante una semanita.

Esto, curiosamente, dada la represión sexual a la que estaba sometida la sociedad, y al hecho de no haber coito, no se consideraba una relación sexual. Hay que tener en cuenta que la sexualidad de la época era la que era, y la mayoría de las mujeres morían sin saber lo que era un orgasmo.

El caso es que, dicho esto, había doctores que tardaban más de una hora en conseguir que la señora llegara al paroxismo, por lo que acababan, literalmente, exhaustos.

Así, en 1870, un médico llamado Joseph Mortimer Granville decidió buscar un instrumento que facilitase la labor. Y con la llegada de la electricidad, nació el vibrador, el quinto electrodoméstico de la historia en inventarse, antes incluso que la plancha.

Tanto éxito tuvo que, para evitar las vergonzosas consultas al médico, todas las damas de alta alcurnia decidieron tener el suyo propio en su alcoba para darse por sí mismas «paroxismos» a fin de «aliviar su histeria».

Los maridos quedaron muy pero que muy satisfechos, ya que sus esposas parecían estar siempre relajadas, de buen humor y ser mucho más obedientes. Hasta que, más pronto que tarde, descubrieron en sus propias carnes que sus esposas preferían mil veces más a su nuevo electrodoméstico que a ellos, haciendo realidad (al menos para ellos) la frase de que «fue peor el remedio que la enfermedad».

 

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