En el año de 1512, un bote arribó a
las arenas de Yucatán. Aquellos españoles hacía mucho que habían puesto tierra
de por medio para huir de la miseria en busca de fortuna y aventura, pero la
suerte se había cebado con ellos. En la orilla les esperaban los cocomes, una
tribu local. Desnutridos y enfermos, los españoles pisaron tierra y suplicaron
agua y comida. Pero quienes allí los esperaban
no deseaban hacer amigos. Tras una riña en la que los españoles poco pudieron
hacer, los supervivientes fueron hechos prisioneros y tomados como esclavos.
Uno tras otro fueron vendidos a otros mayas de la zona hasta que, ocho años
después, de todo aquel grupo de españoles ya solo quedaban dos hombres para
contar su hazaña. El primero de ellos era un fraile llamado Jerónimo de
Aguilar, y el segundo, nuestro protagonista, era un onubense cuyo único
propósito en aquella empresa era labrarse una vida mejor. Su nombre era Gonzalo
Guerrero, y pasaría a la historia como el padre del mestizaje.