miércoles, 1 de marzo de 2023

El mito de LAMIA, y cómo se convirtió a la víctima en monstruo.

 

La mitología grecorromana nos presenta a la Lamia como una criatura terrorífica, mitad mujer, mitad serpiente, cuyo único objetivo es devorar bebés recién nacidos y seducir a los hombres para después asesinarlos. Suena terrible y despreciable, pero ¿qué me diríais si os dijera que la Lamia, en realidad, es la víctima de la leyenda?

La mitología no es una ciencia exacta, y hay tantas variaciones en las historias como personas que la contaron. En la que nos ocupa hoy, Lamia era una sacerdotisa del templo de Afrodita. Su fama era notable debido a la dulzura de sus palabras, la gracia de sus movimientos y la belleza que la acompañaba. Algo que Zeus, el máximo representante del panteón de los dioses, no pasó por alto. El dios del cielo y el trueno, lujurioso y mezquino, trató de seducirla, pero ella se negó. Zeus, cuya crueldad no conocía límites, sometió a Lamia a su fuerza y la violó sin contemplaciones.

Hera, la esposa de Zeus, descubrió lo ocurrido y, lejos de culpar a su esposo, decidió castigar a la sacerdotisa convirtiéndola en un ser monstruoso y sediento de sangre. Sucumbida por este voraz apetito e incapaz de refrenar sus ansias, Lamia devoró a sus propios hijos. La vengativa Hera, no considerando suficiente el castigo, le abrió los ojos y le selló los párpados para que jamás pudiera volver a cerrarlos. De esta manera, y para toda la eternidad, mirase a donde mirase Lamia contemplaría los cadáveres destrozados de sus hijos.

La desesperación se apoderó de la sacerdotisa hasta hacerla enloquecer. Convertida en un ser grotesco y terrible, mitad mujer, mitad serpiente, vagó por el mundo buscando bebés recién nacidos y robándolos para arrastrarlos hasta su cubil. Quizá porque, de alguna macabra manera, era la única forma de recordar cómo era acunar a los suyos. Pero siempre, siempre, acababa por sucumbir a la locura y devorarlos de nuevo.

Zeus, para mitigar su dolor, le otorgó el don de poder sacarse los ojos y así, al menos, poder descansar. Todo un ejemplo de bondad este Zeus.

La historia varía según las fuentes. Algunas, como Diodoro de Sicilia,  buscaron racionalizar el mito y nos habla de Lamia como una reina de Libia que cayó en las garras de la esquizofrenia tras perder a todos sus hijos. El llanto de los críos de las otras madres la martirizaban tanto, que ordenó a sus soldados raptar a todos los bebés del reino y asesinarlos.

Otras versiones de la historia nos dicen que las relaciones con Zeus fueron consentidas, y que los hijos que Hera asesinó (o hizo asesinar por la propia Lamia) eran en realidad los frutos de este adulterio de su marido.

El paso de los siglos transformó su figura, convirtiendo a Lamia en un ser maloliente, hermafrodita, y cada vez más monstruoso, como describía Aristófanes. Pero, del mismo modo, la creatividad de ciertos autores como Filóstrato la describen como una mujer seductora, inteligente y cruel que atraía a los hombres para yacer con ellos, robarles su simiente y después asesinarlos.

Esta figura adquirió muchas más variaciones con el tiempo, siempre al servicio del autor. Así, observamos cómo Lamia inspiró a los súcubos, a Lilith, a las lamias africanas o la clásica vampiresa, llegando además a tener sus propias recreaciones en las mitologías francesas, vascas, astures o eslavas.

Durante muchos, muchos siglos, las madres griegas y romanas amenazaron a sus hijos con que Lamia vendría a buscarles si no se comportaban debidamente. Y así es como el mito ha sobrevivido hasta nuestros días. Muchos autores han utilizado la leyenda para aderezar su obra, sin embargo, pocos son los que se han atrevido a presentar la historia de Lamia como la tragedia de una mujer condenada por el capricho de los dioses. La verdadera moraleja del mito, nos muestra que los seres humanos somos apenas un grano de arena en la inmensidad del desierto. La naturaleza es cruel, y si los dioses representaban a esa naturaleza salvaje, podemos imaginar lo que suponemos para ellos. Y es que, como decía William Shakespeare: «Los humanos somos para los dioses como moscas para niños juguetones; nos matan para su recreo».


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