miércoles, 19 de abril de 2023

ZENOBIA de Palmira, La Reina Guerrera

De entre todos los personajes que nos ha dejado la historia, los que más suelen llamar nuestra atención son aquellos a los que el destino solo parecía tenerles reservado el ostracismo y el olvido, pero que sin embargo, consiguieron destacar y plasmar su impronta para toda la eternidad.

Tal es el caso de la reina Zenobia, la mujer que acabó por convertirse en reina de Palmira y cuyo poder adquirió tal magnitud que se atrevió a hacerle frente a la todopoderosa Roma.

¿Queréis conocer la historia de Zenobia, la Reina Guerrera?

Los orígenes de Septimia Bathzabbai Zainib son del todo inciertos. Se cree que nació en el año 240 d.C., aunque no existen registros que lo confirmen. Algunos dicen que era la hija de un general romano, otros que pertenecía al linaje de los Ptlomeos (y por tanto, descendía de Cleopatra), y otros incluso la ubican como la hija de una esclava egipcia con un rico mercader árabe. Lo cierto es que poco se sabe de ella, salvo que recibió una formación exquisita, lo cual nos hace pensar que no era precisamente pobre, y que además era inteligente, valiente y muy, muy obstinada.

Al parecer la naturaleza también le otorgó un físico envidiable, lo que hizo que el viudo rey de Palmira, Odenato, la tomase como esposa cuando ella solo contaba con catorce años de edad. De esta unión nacería un hijo al que llamarían Vabalato, el primero para Zenobia, pero no así para el rey, quien ya tenía un heredero fruto del matrimonio anterior.

Cabe mencionar que, en aquellos entonces, Palmira era una provincia vasalla de Roma. Su posición era privilegiada al hallarse en la encrucijada entre el Mediterráneo y Oriente Medio, lo que convertía la ciudad en un punto obligatorio de paso a las caravanas que transitaban la ruta de la seda. A esto hay que sumarle que, debido a su proximidad, la ciudad era la primera defensa del imperio contra los sasánidas, quienes eran un auténtico dolor de cabeza para Roma. No era raro, por tanto, que los latinos llamasen a Palmira «La Perla del Desierto».

La cuestión es que, a grandes rasgos, hubo una conspiración en palacio. El rey Odenato fue asesinado por su propio sobrino quien, ni corto ni perezoso, asesinó también a su primogénito, el heredero al trono. Esto convirtió de inmediato a Vabalato, el hijo de Zenobia, en rey de Palmira. El inconveniente residía en que este apenas era un niño. Pero todo estaba sospechosamente previsto: su madre, quien había demostrado capacidad de sobra para tomar las riendas del reino, ostentaría la regencia y el gobierno de la ciudad hasta que su hijo alcanzase la edad suficiente.

Roma, para entonces, se encontraba sumida en una crisis sin precedentes. Era el año 268, y el recién nombrado emperador, Claudio II Gótico, se hallaba en una guerra abierta con godos, galos y un sinfín de tribus germánicas. Las tribus bárbaras se dedicaban a invadir y saquear Roma hasta los cimientos mientras los emperadores se sucedían casi de la noche a la mañana, con asesinatos continuados, conspiraciones y gobernantes de quita y pon que solo hacían añadir más inestabilidad al imperio.

Al otro lado del Mediterráneo, Zenobia sabía que los sasánidas aprovecharían esta situación tarde o temprano para tomar su ciudad, por lo que decidió pasar a la acción. En medio de todo aquel caos, reunió a sus tropas y, motu proprio, invadió Egipto. La excusa de poner freno al enemigo fue válida en un principio, pero pronto reveló sus cartas, y estas no eran otras que las de crear su propio imperio. Al frente de su ejército, fue conquistando una a una provincias romanas hasta extender su reinado por gran parte del Medio Oriente. «La Reina Guerrera», como comenzó a llamársele, resultó no ser solo una cara bonita y un cerebro despierto; también era una estratega brillante y una gobernadora inquebrantable.

Durante un tiempo, Roma permitió estos abusos, dado que a ambos convenía, pero Zenobia tensó la cuerda más de lo prudente. Acuñó moneda con su rostro y el de su hijo, hizo que la llamasen eusebes (la piadosa) o sebaste (emperatriz), títulos reservados en exclusiva a la esposa del emperador y, lo que más ofendió (y como suele ser habitual) regateó con los tributos cuando no directamente se negó a pagarlos.

Para su desgracia, en ese ir y venir de emperadores, al trono subió uno que no estaba dispuesto a permitir que Roma siguiese sumido en aquel caos. Su nombre era Aureliano. El experimentado militar, tras una espectacular campaña en la que frenó las embestidas bárbaras, puso su punto de mira en Asia menor y se lanzó a reconquistarla. Una tras otra, las provincias tomadas por Zenobia fueron volviendo al lado romano. La reina, previendo el ataque, desguarneció Egipto para proteger Palmira, por lo que el país del Nilo cayó rápidamente.

Las tropas de Aureliano y de Zenobia se vieron las caras en dos batallas decisivas, en Inmae y Emesa; batallas que, no sin un gran número de bajas, cayeron del lado del emperador. La Reina Guerrera se refugió en la ciudad y Aureliano, harto de guerrear, tomó la decisión más lenta, pero también la más astuta: cortaría el suministro y la haría morir de hambre. Los silos de Palmira estaban llenos, por lo que aquel sitio podría durar meses.

No obstante, todo acabaría mucho antes. En medio de la noche, y sin que nadie supiera cómo habían conseguido escapar, Zenobia y su hijo Vabalato fueron sorprendidos escapando a lomos de un camello. La ciudad, abandonada por su reina, se rindió y tanto Zenobia como su hijo fueron capturados y enviados a Roma.

A partir de este punto, la historia se bifurca. El relato más benevolente es aquel que nos cuenta que fue perdonada y que acabó casándose con un senador para fallecer años más tarde, en paz y junto al resto de sus hijos. Otro nos dice que acabó sus días como filósofa y que vivió cómodamente en Tívoli tras convencer a Aureliano de que, si se había revelado, era solo porque los anteriores emperadores no merecían hacerse llamar romanos. Otra nos cuenta que, antes de llegar a Roma, enfermó y murió a la altura del Bósforo.

Y la última, quizá la más legendaria, pero no por ello menos cierta que las anteriores, es que fue llevada hasta Roma y, una vez allí, fue atada a cadenas de oro, exhibida ante el populacho como botín de guerra, y obligada a tirar de ellas a lo largo de todo el vergonzoso desfile de los vencedores.

Aquí acaba su historia. Nada se sabe de su hijo Vabalato, salvo que la figura de su madre lo eclipsó por completo. La ciudad de Palmira volvió a rebelarse poco después, solo que en esta ocasión Roma la destrozó por completo y la borró del mapa de la ruta de la seda para no recuperarla jamás. Craso error, pues de ese modo, también abrieron la puerta que los separaba de los consabidos enemigos sasánidas.

La ciudad de Palmira fue reconstruida y sus restos se conservaron como una de las mayores joyas de la humanidad. Sin embargo, y para desgracia de cuantos amamos la historia, el Isis destruyó los restos en el año 2015, dejando apenas nada de lo que fue aquel reino de la Reina Guerrera, que mucho tuvieron a bien llamar «La Perla del Desierto».


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