Decía Michel Foucault en el siglo pasado que los locos y los
niños son los únicos que siempre dicen la verdad, por eso a los locos se les
encierra y a los niños se les educa.
Nuestro sistema educativo actual ha evolucionado mucho desde su creación. Actualmente encontramos, si no el mismo, uno muy parecido en la mayoría de los estados de occidente, en los americanos, y en prácticamente todos los rincones del planeta. Todos ellos surgieron a partir de uno muy concreto, creado hace más de doscientos años. Aquel sistema fue ideado para garantizar unos conocimientos iguales para todos, y centrados en la colectividad por encima de la capacidad individual. Este sistema de educación pública, gratuita y obligatoria, garantizaba la igualdad entre todos y asentaba los principios de la libertad. ¿Pero qué me diríais si os dijera que la idea inicial, en realidad, fue crear un sistema que convirtiese a los ciudadanos en una masa de súbditos dóciles, obedientes y preparados para morir en la guerra?
El concepto de educación pública es un invento muy moderno.
Si nos retrotraemos a la antigua Grecia y, por ejemplo, ponemos el punto de
mira en la escuela platónica, observamos que difería bastante de la escuela del
siglo pasado. Aquellos eran espacios de reflexión en los que la filosofía
encontraba su razón de ser, donde se fomentaba la opinión crítica, el espíritu
contestatario y la libertad de pensamiento. Y, desde luego, aquellos lugares no
eran ni públicos, ni gratuitos, ni obligatorios. ¿Sabíais a quiénes sí se les
reservaba una educación obligatoria? A los esclavos. El buen esclavo era aquel
que obedecía sin cuestionarse nada, ni siquiera su libertad para opinar. Por
tanto, el esclavo debía aprender las labores que se le encomendaban para
ejecutarlas de manera perfecta y sin rechistar. ¿Os suena haber oído en vuestro
trabajo alguna vez esa frase de «no te pago para que pienses»?
No obstante, había otros modelos. En Esparta, por ejemplo, se
parecía más al modelo de los esclavos. La instrucción que se recibía era
mayormente militar, y se precisaba, de hecho, no pensar demasiado. El único que
debía hacerlo, y de un modo impasible y pragmático, era quien los comandaba. El
resto debía ser una escuadra perfecta que obedeciera sin remilgos, sin miedo, y
todos a una aun a costa de la muerte. Una educación basada en creer, obedecer y
combatir. Un lema (y admito que he hilado a propósito) que he tomado de los
fascistas italianos de Mussolini.
¿Pero cuándo surgió el sistema educativo que se tomó como
base para el actual?
Pues exactamente en 1806, y su génesis se debe, en
exclusiva, a la victoria de Napoleón sobre Prusia en la batalla de Jena.
El estado prusiano fue aplastado en una derrota humillante y
dolorosa que hizo que se tambalearan todos los cimientos de la nación. Sin
embargo, los generales identificaron con rapidez el motivo de la derrota: la
excesiva individualidad de sus soldados. Y al igual que los espartanos, para
ganar la guerra se debía obedecer, no pensar. Fue el filósofo Johann Gottlieb
Fichte quien marcaría el dogma a seguir: «la educación debería proveer los
instrumentos para destruir la voluntad».
Con esta premisa, se hizo un cóctel tomando ciertos
conceptos de la ilustración (como los principios de Rousseau para crear
ciudadanos libres) o un pionero sistema creado por Federico El Grande en 1763.
El objetivo era anular esta individualidad en pro del Estado, y convertir a los
ciudadanos en trabajadores útiles para la sociedad en conjunto, que fueran obedientes
y que, además, fueran fácilmente disponibles para la guerra. Pero claro, no
todos podían ser iguales, por lo que a los niños se les dividió en un sólido
sistema de castas: el Akademiensschulen,
el Realsschulen y el Volksschulen. El primero estaba
destinado al 1% de la población, es decir, a los que serían los futuros
mandatarios del país. El segundo, entre el 5 y el 7’5% de la población,
englobaba a los futuros trabajadores altamente capacitados, como médicos,
ingenieros, etc. Y el último, el mayoritario, eran los destinados al pueblo
llano.
Como en una cadena de montaje, a los niños se les enseñó a
formar en línea recta, a seguir unos horarios establecidos y que se
determinaban bajo el toque de una sirena, y a obedecer sin rechistar. El
pensamiento lógico y la deducción se sustituyeron por la memorización y la
repetición como bases inalterables. Y a aquellos que pensaban diferente, o a
los que tenían unas capacidades distintas, se los modeló poco a poco para que
formasen parte de la masa y acabasen pensando y actuando como uno solo.
¿Suena trágico, verdad? Pues lo cierto es que apenas ocho
años después, Prusia destruyó a las tropas napoleónicas en la batalla de
Waterloo. Pero no quedó ahí, sino que aquellos prusianos, haciendo gala de una
disciplina nunca vista hasta ese momento, lograron la reunificación de Alemania
y se convirtieron en una de las naciones más dominantes del momento.
Y claro, todos quisieron parecerse a ellos. Desde Catalina
la grande en Rusia, pasando por Europa, América o incluso Japón, todos enviaron
emisarios a Prusia a fin de copiar este novedoso sistema. Y si esta fórmula
sirvió para la guerra, fue incluso más útil para los intereses de la economía
industrial, pues con él se garantizaba la creación constante de trabajadores. Porque
la idea era conservar el sistema establecido y que la sociedad funcionase como
un reloj dependiendo del régimen del momento. De hecho, y como vemos
constantemente, casi nunca son los docentes quienes gestionan los sistemas
educativos, sino mandatarios que rara vez tuvieron relación con la educación.
Cierto que, aunque este fuera el origen, la educación ha evolucionado mucho desde sus
inicios y sería muy injusto decir que todo fue malo, al contrario: muchos
países gracias a la educación pública y gratuita consiguieron levantarse de lo
más profundo y, a día de hoy (entre los que me incluyo) somos muchos los que
abogamos por una educación de calidad para todos. Y es que, solo la educación
puede hacernos verdaderamente libres. Pero, en mi humilde opinión, pienso que
no está de más conocer estos datos, los orígenes que crearon la educación
actual y, sobre todo, ser conscientes de ello para que nadie pueda volver a
usarla para manejarnos en pos de sus maquiavélicos intereses.
Desde aquí, mi apoyo a los profesores y mi recuerdo a las
niñas afganas que, frente al terror talibán, luchan para poder volver a las
escuelas aun a costa de sus vidas.
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