miércoles, 22 de noviembre de 2023

LUPANARES, LUPERCALES y LUPAES

Según la RAE, lupanar solo tiene una acepción, mancebía, es decir, «casa de prostitución». Pero, en cambio, lupanar proviene del latín lupo, es decir, lobo. Curiosamente, además, de aquí viene el verdadero origen de San Valentín. ¿Pero qué demonios tiene que ver un lobo con una mancebía y con el angelito que dispara flechas de amor?

Si quieres saberlo, sigue leyendo.

Durante el mes de Febrero, se celebraba en Roma una curiosa festividad llamada lupercales. Los celebrantes se reunían en una gruta sagrada del monte Palatino, donde supuestamente una loba amamantó a los fundadores de Roma, Rómulo y Remo. Las fiestas, por tanto, se consagraban a su forma de dios, Luperco (que en sus inicios representaba al lobo sagrado del dios Marte) y a hircus, el macho cabrío.

Allí se realizaba un ritual para la fecundidad que, más tarde, el cristianismo entendería como satánico. Los oficiantes sacrificaban a una cabra y marcaban la frente de los hombres que participaban en el ritual, los luperci. Esta mancha era borrada después, y los hombres, en un extraño éxtasis, rompían en una carcajada. A continuación se desnudaban y se cubrían, solamente, con tiras de piel de la propia cabra. Algunos se ponían cuernos, otros directamente la cabeza de la cabra a modo de casco. De esta guisa, armados por tiras de piel (o intestinos) que hacían las veces de correa, recorrían la ciudad hasta el Ara Máxima de Hércules Invicto haciendo gestos obscenos y azotando a cuanta mujer encontrasen por el camino para que se uniesen a la fiesta.

A esas mujeres que participaban en el ritual, y que ejercían una suerte de prostitución sagrada con los luperci, se las llamó las lupae. Así, a las prostitutas en general se las llamó lupas o «lobas» y al lugar donde ejercían la misma se le llamó lupanar o «lobera». Si habéis leído por ahí que el término viene porque las lupas aullaban en reclamo a sus clientes, olvidaos. Puede que alguna lo hiciera, por qué no, como si quería tocar la gaita, pero nada que ver.

Volviendo a las lupercales, estas se celebraban el 15 de febrero. Curioso que el 14 sea San Valentín, ¿verdad? Aquellos actos de azotar a las mujeres con tripas ensangrentadas mientras se las animaba a aparearse, y que hoy en día sería considerado una auténtica barbaridad, no lo era tanto en la época. De hecho, según nos cuenta Tácito, era el propio público el que animaba a los luperci para que aquella procesión se convirtiera en una locura de gritos, bailes y cantos obscenos. Eso hasta que el Papa Gelasio prohibió estas fiestas en el año 494 y las sustituyó por una fiesta de purificación, mucho más pudorosa, pero también mucho más aburrida.

La sexualidad se veía de un modo diferente, y es que debemos tener en cuenta que, aun no siendo creyentes, nuestra sociedad está muy influenciada por la religión. De hecho existían muchos tipos de prostitutas, cada una con un término dependiendo de su condición. Por ejemplo, estaban las mujeres libres que servían de damas de compañía por unos precios que solo la alta sociedad podía permitirse, eran las llamadas delicatae. Por otro lado, también encontrábamos a las copae las cuales ejercían la prostitución en las cauponas, algo así como unas tiendas de bebida y comida. Las famosae, por su parte, no practicaban estos actos por necesidad, sino por puro placer, como era el caso de la célebre Mesalina. También tenemos a las forariae, quienes lo hacían en los caminos con los viajeros; a las fornicatrices, que ofrecían sus servicios en los fornix o arcos de piedra; las noctilucae, que solo trabajaban de noche; las bustuariae, que lo hacían cerca de los cementerios (a saber por qué) o a las mencionadas lupae… Un caso curioso era el de las prostibulae, que todo lo que ganaban lo declaraban «en B». Y es que, aunque nos parezca adelantado a su tiempo, estas profesionales del sexo estaban obligadas a inscribirse en un registro, a pagar impuestos y, para dejar clara su profesión, a vestir túnicas de color arcilla, a teñirse el pelo y a llevarlo suelto.

Eso sí, no nos pensemos que Roma era el paraíso de la libertad y que las profesionales del sexo podían ejercer este oficio libremente. En los lupanares y en las calles se podían encontrar chicos y chicas de muy diferentes edades y procedencias que, por lo general, eran esclavos traídos de cualquier rincón. A estas (y estos) se les llamaba pala, y no eran más que esclavas sexuales obligadas a ejercer con cualquiera que pudiera pagar el precio. Un precio que normalmente cobraba y se quedaba otro, el leno, una suerte de proxeneta de la época.

Una lacra esta, la de la esclavitud sexual que, por desgracia, sigue golpeándonos hoy en día y a la que no debemos volver la mirada.

 

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Imagen libre de licencia tomada de Wikicommons: Lupanar Romain Wellcome L0009842

 

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