No cabe de duda de que Stalin
es una de las figuras más relevantes del pasado siglo XX.
De él se han escrito cientos
de libros y se han hecho miles de estudios históricos y psicológicos. Y, en la
mayoría de ellos, nos muestra al georgiano como un auténtico psicópata. Existen
muchas pruebas que así lo atestiguan. Y a pesar de que de entre sus dedos se
derramaba la sangre de miles y miles de inocentes, uno de los actos que más han
impactado a los historiadores es su absoluta frialdad cuando supo que su hijo
había sido capturado por el enemigo y que, a este, ya solo le esperaba la
muerte y, quizá, la tortura.
¿Queréis conocer la historia de su hijo? Pues seguid leyendo.
El hijo mayor de Stalin se
llamaba Yakov Iosifovich Dzhugasvili y nació del primer matrimonio del dictador
con Ekaterina Svanidze. Ella había muerto apenas un año después de su
nacimiento y, desde ese momento, el pequeño quedó a cargo de unos familiares en
Tiflis.
Se dice que la muerte de su
esposa acabó por enfriar del todo el ya de por sí frío corazón de Stalin. Al
menos, así lo atestigua esta frase: «Esa mujer ablandaba mi corazón de piedra.
Está muerta y con ella murieron mis últimos sentimientos cálidos hacia los
seres humanos».
Desde ese momento el pobre
Yakov tuvo que soportar el constante desprecio de su padre. Se avergonzaba de
él y se lo demostraba siempre que podía. Lo consideraba demasiado pacífico,
modesto e ingenuo, y para colmo tenía un romance con la hija de un sacerdote
ortodoxo. El pobre Yakov, no se sabe si debido a la presión que su padre
ejercía sobre él, intentó suicidarse. Puso una pistola en su pecho y apretó el
gatillo. La bala le atravesó, pero no rozó el corazón, por lo que sobrevivió.
Su padre, lejos de alegrarse, le dijo: «Ni siquiera pudiste hacer eso
correctamente».
Durante la Segunda Guerra
Mundial, Stalin promulgó una directiva en la que advertía a sus soldados que,
en caso de rendición o captura por parte del enemigo, serían considerados como
traidores a la causa y no solo serían ajusticiados ellos, sino las propias
familias de los soldados.
Durante la invasión alemana,
Stalin llamó a su hijo Yakov y con un escueto «ve y pelea» le obligó a ir al
frente, a pesar de que él odiaba la guerra.
Quizá con el afán de
enorgullecer a su padre, Yakov llegó al grado de teniente de artillería y
participó activamente en la contienda. Pero quiso la fatalidad que durante la
batalla Smolensko, Yakov fuese embolsado por la Wehrmacht junto a otros cientos
de miles y hecho prisionero. Los apellidos de Yakov diferían de los de su
padre, por lo que en un primer momento nadie lo reconoció. Se le trasladó al
campo de prisioneros de Sachsenhausen y allí permaneció como uno más hasta
1943, momento en el que fue delatado por otro preso del campo. Los alemanes no
podían creer semejante noticia y de inmediato se frotaron las manos. Lo
vistieron con el uniforme nazi y se fotografiaron junto a él, humillándolo no
solo ante su padre y su pueblo, sino ante todos los prisioneros.
A Stalin le llegó la noticia
del encarcelamiento de su hijo, y una propuesta de intercambio: su hijo Yakov a
cambio de uno de sus prisioneros, el mariscal Von Paulus. La respuesta de
Stalin pasará a la historia: Yo no tengo ningún hijo llamado Yakov.
Algunas teorías también
asegura que en realidad sus palabras fueron: todos son mis hijos. Lo cierto es
que el dictador supo desde un primer momento de la captura de su hijo y aun así
no movió un dedo, pues dijo públicamente que no merecía la pena cambiar a todo
un mariscal por un simple teniente. Si bien este acto del dictador puede turbar
corazones y conciencias, aún más desolador es saber que en base a esas
directrices que él mismo dictó años antes para evitar que sus soldados se
rindiesen, encarceló a la esposa de Yakov y le hizo pagar durante dos años en
un campo de trabajo la captura de su marido. Ella se llamaba Yulia Meltzer.
Yakov moriría meses más tarde
junto a las alambradas del campo de prisioneros. Algunos dicen que intentaba
escapar, otros que buscaba abiertamente el suicidio. Es algo que nunca
sabremos.
Stalin, había tenido dos hijos
después de Yakov, Vasili, quien moriría alcoholizado en 1962, y Svetlana, quien
huyó a Estados Unidos en 1967.
A día de hoy, a Stalin y a su
política se le atribuyen cifras que oscilan entre los 4 y los 50 millones de
muertos por su causa. No podemos decir que Yakov forme parte de esas personas
asesinadas por la acción directa de su padre, pero observando la frialdad con
la actuó Stalin en purgas, hambrunas y a lo largo de toda su carrera, podemos
comprender por qué ha pasado a la historia como uno de los mayores carniceros
de todos los tiempos.
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