jueves, 23 de marzo de 2023

El verdadero HOMBRE DEL SACO (el crimen de Gador)

 

Desde el S. XVI cuenta la leyenda que, cuando un niño se porta mal o bien no le apetece irse a dormir, se arriesgan a la venida del hombre del saco, quien los raptará en plena noche y se los llevará para no regresar jamás.

Esta figura universal es llamada «the bogeyman» por los anglosajones, «croquemitaine» por los franceses, «el hombre del saco» o «el sacamantecas» en el mundo hispano, o «uomo nero» por los italianos. 

Pero lo que pocos saben es que en España el hombre del saco fue un monstruo muy real, y que su nombre era Francisco Leona.

¿Queréis conocer su historia?

En el año 1910, España aún era un país en el que la superstición, la superchería y la leyenda marcaban el día a día de sus habitantes. Eran tiempos de duelo en las propias casas, de catolicismo rancio, de misa de domingo y de estigmas que se arrastraban generación tras generación.

En el pequeño pueblo de Gador, una localidad de Almería en la que apenas habitaban ochocientas personas, vivía junto a su mujer y sus hijos un hombre llamado Francisco Ortega, a quien todos llamaban «el Moruno». El Moruno, que había sido un hombre fuerte en su juventud, veía como su vida se consumía a pasos de gigante entre esputos de sangre. La tuberculosis se había cebado con sus pulmones y por más doctores que visitaba, ninguno hallaba una solución que le ayudase a sacar el pie y medio que ya tenía en la tumba.

Su esposa Antonia, desesperada por ayudar a su marido, buscó aquí y allá con idéntico resultado. Sin embargo, cierto día, alguien le habló de una curandera llamada Agustina Rodríguez capaz de llegar allá donde la medicina no podía. Desesperada, acudió a ella dispuesta a hacer cuanto hiciese falta con tal de salvar a su amado esposo, pero siguió sin encontrar la cura. Agustina, entonces, decidió ponerla en manos de otro curandero, un hombre oscuro llamado Francisco Leona.

A cambio de tres mil reales, Leona le otorgó el secreto para la cura de su esposo, una receta que, lejos de evocar un milagro divino, parecía elaborada por el mismísimo Belcebú. Tan solo debía encontrar a un niño inocente y sano. Abrirle el pecho en canal, beber su sangre, y colocar sus tripas sobre el pecho del enfermo.

Antonia meditó la decisión. Pero no era cometer semejante aberración lo que la preocupaba, sino cómo encontrar a un crío que respondiera a esas características y, en especial, cómo llevar a cabo el ritual correctamente. Sin embargo, el curandero ya lo tenía todo pensado. A cambio de tres mil reales, él se encargaría de todo.

Leona, junto a uno de los hijos de la propia Agustina (Julio, a quien todos llamaban «el Tonto»), acudieron a Rioja, un municipio cercano. Allí, tras un buen rato al acecho, encontraron a un niño bañándose en el río con otros dos amigos. Aquel crío le pareció a Leona perfecto para ejecutar su macabro ritual. Con la excusa de ir a coger brevas dulces y albaricoques, consiguieron convencer al muchacho de que les acompañase. Aquel sería su último viaje.

En cuanto se hubieron alejado lo suficiente, Leona golpeó al crío y lo metió cabeza abajo en un saco, que arrastró hasta la casa de Agustina. Allí, el pérfido curandero sacó su afilado cuchillo y, ante la impávida mirada de toda la familia, perpetró su brutal asesinato. El Moruno bebió la sangre del inocente y, durante el resto de la noche, durmió con las vísceras del pobre niño desparramadas sobre su cuerpo desnudo. Aquel crío se llamaba Bernardo González Parra, y tenía solo siete años.

A la mañana siguiente los criminales se deshicieron del cadáver, aunque antes, en una última muestra de barbarie, decidieron aplastarle el cráneo con una piedra hasta dejarlo irreconocible. Sin embargo, a pesar de todas estas medidas, a Leona le pudo la avaricia y cometió el error de no pagar al Tonto tal y como habían acordado. Este, muy molesto, acabó por ir a la Guardia Civil y revelarles que había encontrado el cadáver de un niño oculto junto a un barranco. Los agentes tiraron del hilo y apretaron al Tonto hasta que, finalmente, acabó por confesar.

Los participantes del atroz crimen (excepto el propio Tonto, quien fue inculpado por demente) fueron condenados y ejecutados por el garrote vil. Sin embargo, el único que se libró fue el propio Leona, quien falleció antes de que se pudiera llevar a cabo la ejecución.

Curiosamente, y volviendo a la leyenda, en ningún país se sabe qué hace el hombre del saco con los niños que rapta. En todos, excepto en España, donde el recuerdo de Leona y su infame ritual siguen muy presentes en la memoria.

Así que, ya saben, pórtense bien, cenen ligero y acuéstense temprano, no sea que el sacamantecas decida hacerles una visita nocturna y mostrarles el interior de su saco.


Si te ha gustado, no olvides darle a seguir a mi página (al ladito, a la derecha) y seguirme en redes sociales, ya que eso me ayuda mucho a continuar con mi labor.

 

Facebook:  https://www.facebook.com/SebastianGSancho

Instagram: https://www.instagram.com/sebastian.g.sancho

Twitter:      https://twitter.com/SebastianGSanch

 

EL CONTENIDO DE ESTE ARTÍCULO ES PROPIEDAD DE SU AUTOR. QUEDA PERMITIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL SIEMPRE Y CUANDO SE CITE FUENTE Y AUTOR.

No hay comentarios:

Publicar un comentario