La historia militar suele recordar a reyes, generales
o capitanes, pero pocas veces pone la lupa sobre aquellos que estuvieron en
primera línea. Aquellos hombres fueron quienes recibieron las heridas y
ejecutaron, para bien o para mal, las órdenes de generales que, como
ajedrecistas, únicamente movieron fichas sin oler de cerca la pólvora y la
sangre.
En estas academias se suelen preguntar quién fue el
mejor general, pero rara vez se preguntan quién fue el mejor soldado. De entre
los pocos nombres que han llegado a nuestros días, suelen relucir el de
Miyamoto Musashi, Rodrigo Díaz de Vivar, Tlahuicole, Diego García de Paredes, o
el que hoy nos ocupa, Lucio Sinio Dentato, el mejor soldado de Roma.
¿Queréis conocer su historia?
Lucio
Sinio Dentato nació siendo un plebeyo, allá por el año 514 a.C. Ante la poca
perspectiva de futuro que le daba su posición, con apenas diecisiete años
decidió que el mejor modo de llegar alto en aquella sociedad de la temprana
república romana era alistándose en el ejército.
Poco o
nada sabemos de su vida hasta entonces; sin embargo, lo que vino después lo
encumbró a la categoría de leyenda hasta el punto de que es imposible discernir
cuánto hay de realidad y cuánto de leyenda en lo que contaron de él.
Lo
primero que sabemos es que su apellido «Dentato», no era tal, sino un cognomen que indicaría que el
muchacho ya nació «dentado». Una
suerte de metáfora de que aquel joven lucharía durante toda su vida con uñas y
dientes.
Sabemos
que sus luchas comenzaron en el año 487 a.C., que fue ascendido a centurión
primero, y que no mucho después alcanzaría la gloria al salvar el estandarte de
su legión. Este hecho le valió para ser reconocido como primus pilus, el rango más alto al que podía ascender un soldado, y
que conllevaba la custodia del máximo estandarte, el del águila romana.
Aquel
héroe comenzaba a ser incómodo para los patricios. Un plebeyo encumbrado a lo
más alto, y a quien ya se le empezaba a conocer como «el Aquiles
romano», no hacía sino enaltecer más a aquellos que reivindicaban mayores
derechos para los plebeyos. La oportunidad de deshacerse de él llegaría pronto.
Desde Tusculum llegó una desesperada petición de ayuda ante el ataque de los
ecuos. En respuesta, se organizó una estrategia de combate que pasaba por ser
un auténtico suicidio: un pequeño grupo, con él al frente, atacaría el
campamento enemigo en una suerte de misión de comando. Una vez sembrado el
pánico, debían retirarse para dar paso a un escuadrón que haría el resto.
Obviamente, nadie apostaba a que lo consiguiesen. Sin embargo, Dentato no solo
llevó a cabo la misión, sino que en vez de retirarse del campo de batalla,
permaneció allí hasta el final de la contienda.
Volscos,
ecuos, samnitas o sabinos, todos conocieron la furia de Dentato, quien según
Plinio el viejo, participó en más de ciento veinte combates y se batió en duelo
no menos de ocho, acabando con la vida de más de trescientos rivales. Se decía
de él que portaba más de doscientas distinciones, entre ellas una corona
gramínea, la condecoración militar más alta otorgada por Roma, y concedida solo
en nueve ocasiones en toda la historia.
Sin
embargo, no eran estos números los que lucía con más orgullo, sino las más de
cuarenta y cinco heridas que lucía en su cuerpo, todas en la parte frontal y
ninguna por la espalda. Y es que jamás hubo nadie que pudiera decir que vio a
Dentato retirarse de una pelea.
Tanto
reconocimiento le valió para iniciar en el año 454 a. C. un cursus honorum, es decir, una carrera
política. El senado se vio obligado a aceptar aquel hecho a pesar de que
ninguno parecía dispuesto a otorgar voz a un plebeyo. El veterano soldado hizo
un hueco en su camino de armas y fue nombrado tribuno. Eso sí, su presencia
seguía siendo muy incómoda. Desde su posición reivindicó igualdad de derechos
entre plebeyos y patricios, lo que le granjeó unos enemigos que, en esta
ocasión, no atacaban de frente.
Así fue
como Apio Claudio Craso, un patricio ávido de poder, ordenó asesinar al héroe
de Roma. Era el año 449 a. C.
Dentato
tenía sesenta años, y sus mejores años habían quedado atrás. Sin embargo, su
leyenda y el temor que suscitaba se mantenían muy vivos, por lo que Apio
Claudio Craso decidió contratar a nada menos que veinte sicarios para que
enviaran al héroe de una vez por todas a dormir el sueño de los justos. Y la
tragedia se hizo realidad.
El
Aquiles romano viviría su última batalla, pero aquel hombre decidió morir tal y
como vivió: luchando. Uno tras otro, los cobardes asesinos se lanzaron a por
Dentato, quien los recibía a certeros espadazos que les hacían caer al suelo.
Finalmente, uno de ellos consiguió herirle de muerte, y el resto acabaron la
faena. Con Dentato muerto y cubierto de sangre, se apartaron de él para
contemplar, llenos de temor, que aquel anciano había acabado antes de morir con
diez de los veinte asesinos. El descubrimiento de los cuerpos, unido a otros
hechos posteriores, sirvieron para ajusticiar a Apio Claudio Craso, quien no
volvería a ver la luz del sol, y para que Lucio Sinio Dentato, incluso después
de muerto, fuese recordado por siempre como una leyenda y pasase a la historia,
con todos los honores, como el mejor soldado de Roma.
Gracias
a Víctor de Amilibia por hacerme llegar esta magnífica historia.
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