Desde que las potencias occidentales
abandonaron a su suerte a Afganistán y la dejaron de nuevo en manos de los
talibanes, miles de hombres y mujeres viven aterrorizados ante lo que les
espera el día de mañana. Los niños son educados desde la cuna para convertirse
en los talibanes del futuro, mientras que a las niñas se les niega el
conocimiento y se las envía a casa, a trabajar junto a sus madres para aprender
a ser una buena esposa.
Pero hubo una niña que se negó a someterse a este terror. Su nombre es Malala Yousafzai. ¿Queréis conocer su historia?
Malala nació en Pakistán
en 1997 en la zona de Swat, una región limítrofe con Afganistán. Tanto ella
como su familia son musulmanes sunitas de la etnia Pastún.
El papá de Malala era poeta y, a su vez, dirigía varias escuelas
repartidas por toda la zona. El amor que profesaba por el conocimiento, por el
arte y por su familia le hicieron responsable en gran medida de la educación de
sus hijos. Su nombre es Ziauddin Yousafzai, y es el primer héroe de esta
historia.
Nos remontamos al 2007. El régimen talibán, tras su escalada de
poder se había hecho con el control de la zona y, entre otras muchas
atrocidades, habían prohibido que las mujeres pudiesen estudiar, trabajar, o
incluso salir a la calle sin la compañía de un hombre. En septiembre de 2008,
el señor Ziauddin, el padre de Malala, fue junto a ella a un club de prensa
local en Peshawar para dar una charla sobre la educación. Allí, a pesar del
innegable miedo a las represalias, se atrevió a alzar la voz y a defender
públicamente el derecho básico a la educación de las mujeres que los talibán
negaban, poniendo sus escuelas como ejemplo. Aquello podía haber quedado en
nada, pero su discurso, de un modo que no preveía, tuvo una gran repercusión en
periódicos y canales de televisión de toda la zona. Malala solo tenía once años
en aquel momento, pero el ejemplo de valentía de su padre la marcaría de por
vida.
La arenga de aquel profesor llegó a la web de la cadena BBC, que
ideó una forma de dar cobertura a la zona. La cadena planteó crear un blog
donde los estudiantes de Swat pudieran publicar sus impresiones, su día a día,
y las dificultades con las que se encontraban para poder estudiar. Pero a pesar
de que hablaron con el señor Ziauddin, nadie tenía el valor de hacerlo. Los
talibanes eran demasiado peligrosos como para arriesgarse a ser descubierto.
Pero había una niña que se había criado viendo a un padre valiente que la
trataba de manera digna, sin importarle si era hombre o mujer. En honor a él y
a cuanto le había inculcado, Malala se disfrazó bajo el pseudónimo de “Gul
Makai” (nombre que tomó de la protagonista de un cuento tradicional), y comenzó
a relatar la barbarie de los talibanes y su régimen de terror.
El eco de sus escritos no se hizo esperar, hasta el punto de que
su pseudónimo soportó poco tiempo el anonimato. Por aquella época, los
talibanes, según informes del ejército, ya habían decapitado en la zona a trece
niñas, bombardeado cinco escuelas y destruido diecisiete colegios, por lo que
si descubrían a Malala las represalias serían terribles.
Un 9 de octubre de 2012, como cualquier otro día, Malala se
subió al autobús escolar para seguir haciendo lo que más le gustaba. Quería ir
al colegio para estudiar y llegar a ser doctora, pero aquel día el autobús no
la llevaría a su destino. Un hombre se subió a bordo y preguntó quién era
Malala. Todos callaron, excepto ella. El talibán, llevado por su ceguera, sacó
un arma y abrió fuego. Tres balas impactaron en el cuerpo de la cría, una de
ellas en la cabeza. Dos jóvenes más fueron heridas en el tiroteo.
Con su vida pendiente de un hilo, Malala fue trasladada en
helicóptero hasta un hospital militar. Con su corazón aún luchando por no
detenerse, cientos de personas salieron a las calles en protesta a pesar de la
amenaza talibán, y cincuenta clérigos musulmanes emitieron una fatua en contra
del asesino.
El milagro, quizá por la fuerza que le trasmitieron las voces de
todas aquellas personas, se hizo realidad y Malala sobrevivió a las primeras
horas cruciales. Tras unas rocambolescas negociaciones, fue trasladada a
Inglaterra donde, tras ser sometida a varias operaciones, por fin pudo
levantarse victoriosa de la cama y decir abiertamente que había vencido a las
balas y al terror de sus enemigos.
Pero aquel atentado, lejos de detenerla, le dio aún más alas.
Desde Inglaterra siguió clamando por la libertad de las niñas afganas
haciéndose eco a nivel mundial y siendo declarada por la revista “Time” en el
2013, 2014 y 2015 como una de las personas más influyentes del mundo.
En el año 2014, Malala recibió el premio Nobel de la Paz, siendo
la persona más joven de la historia en recibirlo. En su discurso, agradeció a
su padre su amor incondicional y valentía y, en sus propias palabras, «por no
cortar mis alas y dejarme volar». También agradeció especialmente a su madre,
Toorpekai, «por inspirarme, por su paciencia, por hablar siempre con la verdad
y creer firmemente que ese es el verdadero mensaje del islam».
Por desgracia, Malala solo es una niña más de las muchas que
deben sufrir el terror, solo que de ella sí que conocemos su historia. A día de
hoy, once años después de que la atacaran, los talibanes vuelven a tener el
control de Afganistán. Los hombres viven con miedo a lo que les pueda pasar a
ellos y a sus familias, los niños vuelven a ser educados para ser soldados de
Dios, las niñas para convertirse en esposas y madres, y las madres para ser
solo una sombra de sus maridos.
Sirvan estas cortas líneas como homenaje a todas las personas, y
en especial los niños y las mujeres que ven truncados sus sueños por personas
sin alma cuya cobardía les obliga a amparar su miseria humana bajo doctrinas y
religiones que retuercen para justificar su crueldad.
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