jueves, 6 de julio de 2023

LA VERDADERA EXCALIBUR, la espada de SAN GALGANO

 

Todos conocemos la historia de la espada Excalibur, y de cómo solo aquel que sea capaz de sacarla de la roca podrá ser coronado rey. ¿Pero qué me diríais si os dijese que existe una espada tal que así, pero que esta es muy real?

Se trata de la espada de Galgano, a la que todos denominan «la verdadera Excalibur».

«Y entonces Galgano, presto a abandonar por siempre su vida disoluta y entregarse a Dios, clavó su espada en la roca para que allí permaneciese por los siglos de los siglos».

Este sería el acto por el que aquel caballero toscano pasaría a la posteridad, pero ¿cuánto hay de verdad y de leyenda? Pues, como en toda historia que se remonta a tiempos tan pretéritos, es difícil saberlo.

De lo poco que sabemos de aquel hombre en cuestión es que se llamaba Galgano Guidotti, que nació allá por el año 1148 en Chiusdino, una ciudad de la Toscana, y que, al parecer, se trataba de un caballero de alta alcurnia, siempre presto a meterse en líos, a desenfundar la espada y a disfrutar de todo tipo de excesos. Sin embargo, cuando apenas superaba la treintena, y tras fallecer su padre, tuvo un sueño en el que se le apareció el arcángel san Miguel. En esta visión, el arcángel le recriminaba su licenciosa vida y le instaba a consagrar el resto de su existencia a Dios.

Galgano tuvo claro desde ese momento que no podía dejarlo, y se dispuso a cambiar radicalmente su existencia. Dejó su vida licenciosa a un lado, abandonó sus caros ropajes y vistió un sencillo hábito para, únicamente, predicar la palabra de Cristo.

Tanto su madre Dionisia como su prometida Polissena hicieron lo imposible por impedírselo, pero él tenía la decisión más que tomada. Harto de no poder cumplir con el cometido para el que pensaba estaba predestinado, montó a lomos de su caballo y se dejó guiar por él hasta acabar en Montesiepi.

Allí, al igual que en otras leyendas, el caballo se encabritó y acabó por llevarle de bruces contra el suelo. En medio de aquella ensoñación inconsciente, el arcángel volvió a aparecérsele, pero en esta ocasión junto al propio Jesús y el resto de su compañía de doce apóstoles. Tenían un mensaje claro, aquel era el lugar donde debía levantar una ermita. Al despertar, contempló la roca sobre la que había caído, y allí, encomendándose a Dios, desenvainó su espada para elevarla al cielo y la incrustó en la piedra hasta casi la empuñadura, formando con su guarda una improvisada cruz.

Galgano, tal y como juró, construyó una pequeña cabaña a modo de ermita sobre aquella roca y pasó el resto de su vida dedicado únicamente a la oración y lejos de la vida de violencia y pecado que había llevado hasta entonces.

A su muerte, levantaron una capilla en el lugar y, según dicen, allí mismo fue enterrado. Unos años después se creó, no muy lejos, una abadía en su honor, la abadía de San Galgano, que desgraciadamente hoy está en ruinas.

Clavar la espada fue el único milagro que se le recuerda a San Galgano, pero no es menos cierto que es un milagro tangible, pues la espada aún se conserva en el mismo lugar donde la clavó. Aunque podríamos decir que si sigue allí es, en sentido figurado, gracias a un milagro, ya que en 1992 un señor (por no decir un *i-m-b-é-c-i-l* del mismo talante que ese que grabó su nombre en el Coliseo Romano) trató de sacarla y la acabó rompiendo, por lo que se vieron obligados a restaurarla y a protegerla desde entonces con una urna de cristal.

 

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