jueves, 9 de noviembre de 2023

ASESINOS: los fumadores de hachís.

 

Nos dice la RAE que el asesino es aquel que mata a alguien con alevosía, ensañamiento o por una recompensa. Es una definición que, probablemente, la mayoría ya conocíamos, pero lo que es menos probable es que sepamos su origen etimológico y qué tiene que ver la palabra asesino con el hachís y con sus fumadores.

¿Quieres conocerla? Pues sigue leyendo.

Para comprender la procedencia de esta palabra, debemos remontarnos a la Edad Media, entre los siglos XI y XIII. Nos adentramos en territorio persa, donde nos encontramos, más allá de guerras, una oleada de asesinatos que hizo temblar a cruzados y árabes de origen suní. Una suerte de terrorismo medieval.

Aquellos asesinatos eran firmados por una misteriosa secta chií fundamentalista y violenta al extremo liderada por un no menos misterioso hombre llamado Hasan ibn Sabbah. Sin embargo, este hombre pasaría a la historia no por su nombre, sino por su apodo, «El Viejo de la Montaña».

Sus sucesores adoptaron este mismo apodo, creando alrededor de su figura una leyenda de inmortalidad, y estos, a su vez, continuaron año tras año y siglo tras siglo, sembrando el terror en toda la zona.

Asentados sobre la cima de una montaña cercana a Qazvín, en la fortaleza de Alamut (el nido del águila), atentaban y asesinaban sin piedad, en especial a líderes enemigos, cristianos o suníes sin distinción. Sus guerreros eran fanáticos sin escrúpulos, con una fe y una lealtad ciega. Pero ¿cómo conseguía semejante fanatismo El Viejo de la Montaña?

Desde su inicio, la secta secuestraba a niños y los arrancaba de sus hogares drogándolos con hachís. Al despertar, estos niños lo hacían en un lujoso palacio, lleno de vegetación y de mujeres hermosas. Allí se les seguía drogando y, poco después, se les encerraba en una miserable celda. Cuando la abstinencia hacía estragos, se les devolvía la droga y se les explicaba que allí donde habían estado era el paraíso, y que si querían volver y poseer las mismas riquezas y las mujeres vírgenes que habían visto, debían obedecer y ganarse la recompensa. Algo que, por desgracia, nos suena mucho.

Así pues, los enemigos de esta secta comenzaron a llamarles los hassasin o hashshashin, que en árabe significa literalmente «fumadores de hachís». Y de ahí, al assassin francés y al castellano «asesino».

Marco Polo visitó Alamut en 1273, muchos años después de su conquista, y fue uno de los principales divulgadores de esta palabra. Pero, como bien sabemos, el navegante veneciano era muy amigo de la exageración o directamente de la invención.

Lo cierto es que el hachís no es una droga que, precisamente, cause un comportamiento violento y frenético, sino más bien todo lo contrario. De hecho, estos hashshashin nunca se llamaron a sí mismos «fumadores de hachís». Aunque la teoría más común y aceptada sea esta, cuando se tomó la fortaleza de Alamut en 1256 se perdió casi toda la información disponible de la secta, por lo que todo lo que sabemos de ellos es la leyenda que nos vino de boca de cruzados y suníes. Según algunos estudiosos, estos utilizaban el término hassasin para referirse a ellos de modo peyorativo. Suponemos que algo parecido a cuando hoy en día, alguien que solo ve lo que quiere ver, se le dice que es un «fumado» o un «porreta».

Aun sabiendo que la historia no acaba de sostenerse al completo, lo cierto es que la palabra caló y llegó hasta nuestros días, hasta el punto de que apenas existen sinónimos de la misma. Y es que, tal como dije en un post anterior y parafraseando a Giordano Bruno: se non è vero è ben trovato.

 

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