Nos dice la RAE que el asesino es aquel que mata a alguien con alevosía,
ensañamiento o por una recompensa. Es una definición que, probablemente, la
mayoría ya conocíamos, pero lo que es menos probable es que sepamos su origen
etimológico y qué tiene que ver la palabra asesino con el hachís y con sus
fumadores.
¿Quieres conocerla? Pues sigue leyendo.
Para comprender la procedencia de esta palabra, debemos remontarnos a la
Edad Media, entre los siglos XI y XIII. Nos adentramos en territorio persa,
donde nos encontramos, más allá de guerras, una oleada de asesinatos que hizo
temblar a cruzados y árabes de origen suní. Una suerte de terrorismo medieval.
Aquellos asesinatos eran firmados por una misteriosa secta chií fundamentalista
y violenta al extremo liderada por un no menos misterioso hombre llamado Hasan
ibn Sabbah. Sin embargo, este hombre pasaría a la historia no por su nombre, sino
por su apodo, «El Viejo de la Montaña».
Sus sucesores adoptaron este mismo apodo, creando alrededor de su figura una
leyenda de inmortalidad, y estos, a su vez, continuaron año tras año y siglo
tras siglo, sembrando el terror en toda la zona.
Asentados sobre la cima de una montaña cercana a Qazvín, en la fortaleza de
Alamut (el nido del águila), atentaban y asesinaban sin piedad, en especial a
líderes enemigos, cristianos o suníes sin distinción. Sus guerreros eran
fanáticos sin escrúpulos, con una fe y una lealtad ciega. Pero ¿cómo conseguía
semejante fanatismo El Viejo de la Montaña?
Desde su inicio, la secta secuestraba a niños y los arrancaba de sus
hogares drogándolos con hachís. Al despertar, estos niños lo hacían en un
lujoso palacio, lleno de vegetación y de mujeres hermosas. Allí se les seguía
drogando y, poco después, se les encerraba en una miserable celda. Cuando la
abstinencia hacía estragos, se les devolvía la droga y se les explicaba que
allí donde habían estado era el paraíso, y que si querían volver y poseer las
mismas riquezas y las mujeres vírgenes que habían visto, debían obedecer y
ganarse la recompensa. Algo que, por desgracia, nos suena mucho.
Así pues, los enemigos de esta secta comenzaron a llamarles los hassasin o hashshashin, que en árabe significa literalmente «fumadores de
hachís». Y de ahí, al assassin
francés y al castellano «asesino».
Marco Polo visitó Alamut en 1273, muchos años después de su conquista, y
fue uno de los principales divulgadores de esta palabra. Pero, como bien
sabemos, el navegante veneciano era muy amigo de la exageración o directamente
de la invención.
Lo cierto es que el hachís no es una droga que, precisamente, cause un
comportamiento violento y frenético, sino más bien todo lo contrario. De hecho,
estos hashshashin nunca se llamaron a
sí mismos «fumadores de hachís». Aunque la teoría más común y aceptada sea
esta, cuando se tomó la fortaleza de Alamut en 1256 se perdió casi toda la
información disponible de la secta, por lo que todo lo que sabemos de ellos es
la leyenda que nos vino de boca de cruzados y suníes. Según algunos estudiosos,
estos utilizaban el término hassasin
para referirse a ellos de modo peyorativo. Suponemos que algo parecido a cuando
hoy en día, alguien que solo ve lo que quiere ver, se le dice que es un «fumado»
o un «porreta».
Aun sabiendo que la historia no acaba de sostenerse al completo, lo cierto
es que la palabra caló y llegó hasta nuestros días, hasta el punto de que apenas
existen sinónimos de la misma. Y es que, tal como dije en un post anterior y
parafraseando a Giordano Bruno: se non è vero è ben trovato.
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